viernes, 27 de noviembre de 2009
Ella
Huye. Corre, escóndete. Que no te vea. Reza a todos porque no te vea. Tarde. La cagaste, como siempre. Y así se postra, frente a ti. Te mira, de abajo a arriba. Sabe que tienes miedo. Lo huele. Es un animal, aunque sea bípeda. Aunque vista de buena marca, lleve bonitos vestidos, se maquille. Es un puto monstruo. Te persigue, te convence de que es buena. Te lleva por un camino y te hace creer que es el correcto. Pero no es así.Luego te dice que eres lo suficientemente mayorcito como para cuidarte solo. Y te abandona, llevándose algo de ti consigo. Y te ves solo. No sabes dónde estás. Como si estuvieras en mitad del Sáhara, sin brújula y con el sol pegándote en tu lechal pescuezo. Y la llamas, entre sollozos, anhelos y auxilios.Entonces, solo entonces vuelve a aparecer. Pero ya es diferente. Dependes de ella, estas a su merced. A su divino mandato. Y es entonces cuando empieza a divertirse. Te tortura. Sí y no. A su alrededor ya no existe ni bien ni mal. Solo tú, esclavo de sus feromonas. Empieza a morder puntos débiles que creíste haber tapiado, descubriendo que es solo un mal encalado. Y notas el miedo recorriéndote.Descubres, entonces, que no es buena. Pero ya es tarde. Olvídate de ti, ya no existes. Ahora eres solo una presa, y está dispuesta a matarte. Sabe lo que quiere. Sabes lo que quiere. Y más miedo sientes. Entonces te arrepientes de todo, y huyes, te escondes… aunque ya no sirva. Tiene captado tu olor, y no lo va a olvidar hasta que te corte en bonitos pedazos.El brillo del cuchillo que tiene en su mano deja ver tu reflejo asustado. “No sabes cómo me siento”. No. Claro que no. Y no lo sabrá. Solo eres carne de consumición personal. No le importa lo demás, aunque diga lo contrario. Y con la sonrisa que una vez te encandiló, te clava el instrumento de cocina en la boca del estómago. “Es por tu bien”. Sí, claro.Comienza a subir, entonces, por el esternón. Con un poco de esfuerzo lo consigue destrozar, dejando a la intemperie dos pulmones que respiran con mucha celeridad, y un corazón, que hizo su último “tic”, al que no se le sumó el “tac”.Así, la arpía se hizo con otra víctima más, que probablemente ni aparezca en los medios. Se levanta, después de consumir a su presa, con la misma bella sonrisa, y con melosa voz dice “hum… cuando encontraré otro bocado?”
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